domingo, 7 de diciembre de 2025

Recuperar la empatía para recuperar la dignidad

Camino de la dignidad
Una reflexión sobre cómo el reconocimiento del otro reconstruye nuestra propia humanidad.

La dignidad se despierta cuando una mano se acerca a otra con verdadera empatía. Imagen creada por Chat GPT

La cronobiología de la vida hace que cambiemos de perspectiva a medida que envejecemos: cambian nuestras circunstancias, nuestro modo de mirar el mundo y aparecen los achaques. En Camino de la Solidaridad ya señalaba que vivimos en una cosmovisión fragmentada y que “caminar hacia una nueva cosmovisión no es buscar respuestas definitivas, sino aprender a acompañarnos”.

Aquella sensación de devenir previsto, marcada durante siglos por la religión, también se ha resquebrajado. Tengo entre mis manos un libro de la Liturgia de las horas, que indicaba qué rezar a lo largo del día para mantenerse a bien con Dios. Era un camino pautado, seguro, previsible. Hoy, sin embargo, casi nada lo es. Nunca fuimos tan libres y, al mismo tiempo, nunca tuvimos tanto miedo a serlo.

Incluso la definición de “persona” parece haber cambiado. La globalización, la pérdida de referentes, el neoliberalismo salvaje y el temor a la vuelta de los fascismos han puesto en duda conceptos que dábamos por indiscutibles. Cada uno debe trazar su propio camino —como decía Machado—, y ese no es un ejercicio sencillo.

En Mantener el hábito de la reflexión afirmaba que reflexionar no es construir un sistema perfecto, sino encontrar un modo flexible y humano de aprender de lo vivido. Y en Trazar el Camino Interior recordaba que todos desarrollamos una brújula que necesita calibrarse; una brújula personal, pero también histórica, cultural y colectiva.

Dignidad en la vulnerabilidad

La vida nos coloca constantemente ante dificultades vitales que requieren apoyo del entorno y de la sociedad. Momentos en los que somos tan vulnerables como el día en que nacimos. Una imagen clara es la de un accidente: cuando llegamos al hospital, nos desnudan, nos conectan a aparatos… pasamos de la autosuficiencia a la dependencia en cuestión de horas.

Sin embargo, incluso así seguimos siendo humanos. Seguimos siendo dignos. Y lo confirmamos cuando el equipo sanitario nos atiende sabiendo que hará lo mejor posible. Esa dignidad no depende de nuestras fuerzas, ni de nuestro éxito, ni de nuestra utilidad social. Es intrínseca. Pero la vida, con sus trampas, a menudo nos hace dudar de ella.

Cuando creemos haber perdido la dignidad

Nos sentimos indignos cuando no prosperamos, cuando no podemos mantener a los nuestros o cuando nos refugiamos en adicciones para olvidar. Pero no es la dignidad lo que se pierde, sino la creencia en ella. Lo mismo ocurre cuando juzgamos indigno a quien es pobre, vulnerable o pertenece a una clase social distinta: en realidad, proyectamos en él el miedo a vernos reflejados.

La dignidad es una atribución que los humanos nos hemos dado y que no se puede perder. Se erosiona cuando no tratamos a otros como igualmente dignos. Se fortalece cuando descubrimos que los demás nos tratan con respeto, como iguales en humanidad.

Para hacer este ejercicio, es necesario que recuperemos la empatía hacia los demás. Si descubrimos al otro como digno, iremos confirmando nuestra propia dignidad. La dignidad se reconoce en un espejo humano: al ver en el otro ese valor incondicional, comprendemos que también permanece en nosotros, incluso cuando la vida intenta convencernos de lo contrario.


Este artículo forma parte de la serie Reflexiones en el Camino.

Contenido elaborado con apoyo de herramientas de redacción asistida.

Daniel Vallés Turmo

Noviembre de 2025


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