Camino de la solidaridad
Hacia una cosmovisión compartida en tiempos fragmentados
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| La solidaridad es un camino que se construye entre todos. Foto: Pexels |
Siento que vivimos en un momento histórico en el que la cosmovisión humana aparece profundamente fragmentada. Lo percibimos en la política, en la convivencia y en la manera en que cada persona se relaciona con el mundo. No hay un relato común que unifique, y eso genera desorientación.
La concesión del Premio Princesa de Asturias a Byung-Chul Han es un síntoma de esta época. Su obra describe una sociedad de la autoexplotación: bajo la apariencia de libertad, nos convertimos en vigilantes de nuestra propia productividad. Las herramientas digitales, que prometieron autonomía, acaban muchas veces poniéndonos al servicio de una maquinaria de rendimiento permanente. El sujeto libre se transforma en su propio capataz.
El vacío de los grandes relatos
El posmodernismo rompió las aspiraciones de construir un sistema universal que diera sentido a la vida humana. La globalización, la sociedad de la información, la secularización y el auge de integrismos religiosos han aumentado aún más la pluralidad de discursos, pero no han ofrecido una brújula común.
Durante siglos, en Occidente la religión cristiana actuó como esa gran narrativa, proporcionando un marco moral y espiritual compartido. Aportaba transcendencia, vínculo social y un lugar desde el que pensar la vulnerabilidad humana. Hoy ese marco ya no organiza la vida colectiva, y aún no ha surgido otro que lo reemplace.
Muchos filósofos contemporáneos hablan de la necesidad de una teología civil: un sistema de creencias compartidas —no necesariamente religiosas— que actúe como punto de encuentro, que articule la responsabilidad mutua y la interdependencia. Algo que nos recuerde que, pese a nuestras diferencias, seguimos habitando un destino común.
Solidaridad como estructura de vida
Ignacio Ellacuría, discípulo de Zubiri, sostenía que uno de los mayores logros de la civilización occidental había sido la creación de la Seguridad Social, un sistema pensado para aliviar la vulnerabilidad de las personas. Pero advertía que esta estructura solo puede mantenerse si existe un tejido real de solidaridad fiscal, una proporción justa entre quienes más tienen y quienes menos poseen. De lo contrario, el edificio termina agrietándose desde dentro.
Ellacuría también hablaba de la necesidad de una sociedad de la austeridad, no entendida como renuncia, sino como sostenibilidad: vivir de forma compatible con los límites ecológicos, sociales y económicos del mundo. La austeridad, en su sentido más profundo, es otra palabra para describir un orden solidario: asumir que no todo puede crecer indefinidamente, y que la convivencia exige equilibrio.
¿Qué hacemos personalmente? La solidaridad que comienza en lo concreto
En medio de esta fragmentación, a cada persona nos toca posicionarnos y buscar un paraguas propio de trascendencia y cosmovisión. No basta con comprender el problema: es necesario hallar un lugar desde el que contribuir al bien común, aunque sea de forma pequeña.
En mi caso, ese lugar lo he encontrado en mi trabajo en la Seguridad Social, atendiendo a quienes necesitan orientación, información o el acceso a prestaciones que son, para muchos, un verdadero salvavidas. Allí descubro cada día que la vulnerabilidad no es una idea abstracta, sino rostros, voces y situaciones concretas. Y que la solidaridad, para ser real, necesita instituciones que la sostengan y personas que las hagan funcionar con humanidad.
Este es mi pequeño camino dentro del gran “Camino de la solidaridad”: descubrir que la trascendencia también puede habitar en lo cotidiano, y que cada uno, desde donde está, contribuye a sostener el tejido invisible que nos mantiene unidos.
Epílogo: un camino que se hace juntos
La solidaridad no es un ideal abstracto ni una palabra bonita: es una forma de mirar la realidad. Es reconocer que la vulnerabilidad nos atraviesa a todos y que nadie puede sostenerse completamente solo. En tiempos de fragmentación y discursos de miedo, este camino exige más serenidad que fuerza, más escucha que afirmación.
Quizá la tarea de nuestra época no sea reconstruir un gran relato universal, sino tejer una red de pequeñas certezas compartidas: el valor de lo común, el cuidado mutuo, la presencia en lo cotidiano, la justicia que se ejerce en silencio. La solidaridad no siempre cambia el mundo en grande, pero transforma en profundidad aquello que toca.
A fin de cuentas, caminar hacia una nueva cosmovisión no es buscar respuestas definitivas, sino aprender a acompañarnos. Y si algo permanece en medio de los cambios, es precisamente eso: la certeza de que seguimos necesitándonos unos a otros para avanzar.
Contenido desarrollado por el autor con el apoyo de herramientas de redacción asistida.
Daniel Vallés Turmo
Noviembre de 2025
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