Los domingos por la tarde, en Antena 3, suelen emitir películas con tramas familiares que rozan lo improbable, pero que, de pronto, nos hacen pensar. En una de ellas, un amigo recibe la llamada de un abogado: un matrimonio ha fallecido inesperadamente y ha dejado en testamento que sea él quien se haga cargo de sus hijos. Al principio, la propuesta le resulta totalmente inoportuna. Tiene su vida organizada, sus rutinas, sus prioridades. Sin embargo, poco a poco, comienza a abrir su casa y su corazón, y termina haciéndose cargo de esos niños con una entrega que ni él mismo imaginaba.
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Manos que ayudan |
Este argumento, con más o menos florituras, podría tocarnos a cualquiera. No necesariamente con el dramatismo de una película, pero sí en la forma de una llamada urgente, una situación inesperada, una vida que nos pide una respuesta:
- ¿Qué hacemos cuando el dolor de otros toca a nuestra puerta?
- ¿Cómo reaccionamos si alguien cercano muere y deja tras de sí una familia desorientada, niños sin rumbo o mayores sin apoyo?
Vivimos en una sociedad en la que los lazos se debilitan y los valores cristianos —la caridad, la solidaridad, la entrega— se ven arrinconados por el consumo, el individualismo y la prisa. Pero precisamente por eso, más que nunca, es urgente recuperar el sentido de comunidad, de familia extendida, de Iglesia como hogar de todos. Porque cuando lo importante son las personas, el calendario se rompe, las prioridades se recolocan… y empieza a brotar lo esencial.
Cuando nos toca a nosotros: algunas pistas para acompañar
A veces no es una película. Es la vida. Un amigo que muere de repente. Una hermana que deja hijos pequeños. Una vecina mayor que se queda sola. Y, sin buscarlas, aparecen situaciones que reclaman más que una visita puntual: piden compañía sostenida, compromiso, ternura concreta.
En esos momentos, muchas veces nos invade la pregunta:
- ¿Y ahora qué hago?
- ¿Qué digo?
- ¿Qué puedo ofrecer yo?
Aquí van algunas pistas para acompañar desde lo humano y lo cristiano:
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Cuidando de un niño |
1. Estar presentes, sin tener todas las respuestas
El dolor ajeno puede resultarnos incómodo, pero nuestra presencia puede ser un consuelo enorme. No hace falta saber qué decir. A veces, lo más necesario es simplemente estar: escuchar, abrazar, compartir el silencio. El duelo no busca soluciones, sino compañía.
2. Ser prácticos, ser generosos
Una llamada al final del día. Un mensaje preguntando si hace falta algo. Recoger a los niños. Llevar una comida preparada. Pequeños gestos que no salvan el mundo, pero alivian la carga. Lo concreto, cuando nace del corazón, transforma realidades.
3. Aceptar que no podemos con todo
La generosidad también tiene límites. Acompañar no significa resolverlo todo, sino hacer lo que esté en nuestra mano con fidelidad. Es mejor estar de forma sencilla y constante, que hacer grandes promesas que no podremos cumplir.
4. Cuidar a quien sostiene
Detrás de cada situación difícil suele haber alguien que lo está dando todo: una madre viuda, unos abuelos mayores, un tío que hace de padre. Acompañar también es mirar a esos pilares silenciosos y sostenerlos en su entrega.
5. Recuperar la fe como consuelo y sentido
En momentos así, muchos descubren que la fe no elimina el dolor, pero sí lo transforma. Una oración compartida, una misa ofrecida, una palabra del Evangelio pueden encender luz en medio de la oscuridad. “Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados.” (Mt 5,4)
Un ejemplo posible
Imaginemos a Pedro, un hombre de 45 años, casado y con hijos. Un amigo suyo de la infancia muere en un accidente y deja tres hijos adolescentes. La viuda, sin familia cercana, queda completamente desbordada. Pedro y su esposa no dudan: empiezan a ir por las tardes a su casa, ayudan con tareas escolares, ofrecen cenas los fines de semana. Sin grandes discursos, se convierten en familia extendida. Con el tiempo, los lazos se hacen fuertes. No han adoptado a nadie, ni han cambiado de vida radicalmente. Pero sí han respondido, con lo que podían, a una necesidad real. Y su vida, lejos de complicarse, se ha llenado de sentido.
Cuando somos nosotros quienes necesitamos ayuda
No siempre estamos en el lado del que acompaña. A veces, somos nosotros quienes perdemos a alguien. Quienes nos quedamos con una mesa demasiado grande, con los días más largos de lo que podemos sostener. Y en ese momento, aceptar ayuda puede resultar más difícil que ofrecerla.
Nos han enseñado a ser autosuficientes. A no molestar. A no mostrar debilidad. Pero el amor también se deja cuidar. También sabe decir: “Gracias, no llego solo.”

Dejándonos cuidar
Algunas ideas para vivir ese momento:

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No es debilidad, es humanidad: reconocer que necesitamos apoyo no nos hace menos fuertes.
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Permite que otros te devuelvan lo que tú has dado: dejarse ayudar también es permitir que el amor circule.
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Pon límites con cariño: aceptar ayuda no significa ceder tu intimidad o tus decisiones.
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Acoge el consuelo sin culpa: no hay que estar fuerte todo el tiempo. Se puede descansar en otros.
No es debilidad, es humanidad: reconocer que necesitamos apoyo no nos hace menos fuertes.
Permite que otros te devuelvan lo que tú has dado: dejarse ayudar también es permitir que el amor circule.
Pon límites con cariño: aceptar ayuda no significa ceder tu intimidad o tus decisiones.
Acoge el consuelo sin culpa: no hay que estar fuerte todo el tiempo. Se puede descansar en otros.
Un ejemplo posible
María perdió a su marido tras una enfermedad larga. Durante meses, se encargó de todo sin pedir casi ayuda. Cuando él falleció, sintió que no podía más. Amigas de la parroquia empezaron a acercarse: una le preparaba la comida, otra se llevaba a sus hijos una tarde a la semana. Al principio, María lo rechazaba. Le parecía que invadían su espacio. Pero un día, al ver a su hijo pequeño reír mientras hacía galletas en casa de una de ellas, comprendió que no estaba fallando a nadie por dejarse ayudar. Estaba construyendo una red. Lentamente, aprendió a abrir la puerta. No solo la de su casa, también la del corazón. Hoy, cuando alguien cercano atraviesa un duelo, ella no da consejos. Solo dice: “Cuando quieras, estoy. Como estuvieron conmigo.”
Preparar el corazón
Puede que nunca nos encontremos ante unas situaciones tan claras. O puede que sí. Lo importante no es anticiparse a todo, sino vivir con el corazón disponible. Prepararse interiormente para decir sí cuando llegue el momento. Educar a nuestros hijos en esa misma disposición. Recordar que, como cristianos, no estamos llamados a buscar una vida cómoda, sino una vida entregada.
Cuando lo importante son las personas, el Evangelio cobra vida. Y el Reino de Dios, silenciosamente, se hace presente en medio de nuestras casas, nuestras calles, nuestros duelos… y nuestras respuestas.
Cita inspiradora
“Amar es dar y también dejarse dar. Solo cuando aprendemos ambas cosas, aprendemos a vivir.”
Daniel Vallés Turmo
Julio de 2025Acceso a guías y rutas (pinchar)
“Amar es dar y también dejarse dar. Solo cuando aprendemos ambas cosas, aprendemos a vivir.”