Ha fallecido mi tía María Teresa Turmo Barrabés, la menor de los siete hermanos de mi madre Amparo, a los 93 años de edad. Con su marcha se cierra una generación: era la última de los hermanos en dejarnos.
Nació en Labuerda, en Casa Barbero. Su padre, Antonio Turmo Turmo, se dedicó al transporte de mercancías, como ya conté en la entrada La tartana de Turmo.
Siguiendo los pasos de su hermana Margarita —que se formó en Graus—, Teresa bajó a Barbastro a aprender el oficio de peluquera. Aprendió en una peluquería en la calle San Ramón y vivió en la calle San Hipólito. Allí conoció a su marido, Ramón, que trabajaba en Transportes Viñola. En la entrada El camión del Peix explico cómo era el oficio de transportista en aquella época.
Más tarde, se trasladaron a Santa Coloma de Gramenet junto a Barcelona. Teresa abrió una peluquería y Ramón trabajó durante años transportando mercancías a la planta de SEAT en la Zona Franca. De niño, recuerdo haber estado en su casa: esos recuerdos quedan grabados con especial nitidez. También recuerdo ir con ellos a la boda de algún primo.
Al jubilarse, decidieron ir a vivir a Jaca, tierra natal de Ramón. Allí compraron una casa en la que vivieron hasta el fallecimiento de él. En los últimos años, Teresa estuvo en una residencia en Almudévar.
En 1995, las cuatro hermanas que aún vivían se reunieron en Jaca. Tengo una foto de ese encuentro que guarda un valor muy especial. De izquierda a derecha: mi madre Amparo, Margarita, Consuelo y María Teresa.
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Las cuatro hermanas Turmo Barrabés en Jaca |
Con su marcha, no solo despedimos a una tía, sino también a un vínculo directo con un modo de vida que ya casi ha desaparecido: el de las casas con nombre propio, los oficios transmitidos entre hermanas, los transportes por carretera hechos a pulso y los reencuentros familiares en pueblos con historia. Se nos va una generación que supo vivir con sencillez, trabajo y dignidad. Queda su memoria, que somos nosotros quienes debemos conservar.
Dedicado a mi tía Teresa, por su fortaleza, su constancia y su capacidad para empezar de nuevo. Como todos sus hermanos, supo salir de casa, buscarse la vida, trabajar con sus manos y construir un futuro desde cero. Nos enseñaron, sin grandes discursos, lo esencial: que con tesón, esfuerzo y dignidad se puede salir adelante. Esa herencia silenciosa es hoy un faro para los que venimos detrás. Gracias, tía Teresa.
Epílogo: De la montaña a la ciudad, una mujer de su tiempo
Como tantas mujeres de su época, creció en un mundo de trabajo, obediencia y fe, en una casa donde el pan se ganaba con las manos y el respeto se aprendía desde pequeños. Pero la vida la llevó más lejos. Desde la montaña de Labuerda emigró a Santa Coloma de Gramenet, como tantos aragoneses que buscaron en Cataluña un futuro menos duro. Allí, entre calles de cemento, Teresa echó raíces nuevas sin arrancar las antiguas.
Fue parte de esa generación callada que levantó barrios, familias y esperanzas, sin pedir nada a cambio. Mujeres que no salían en los periódicos, pero que sostenían el mundo.
A su manera, Teresa fue testigo de un siglo entero: desde la tartana de su padre hasta el AVE, desde las misas en latín hasta las videollamadas. Vivió muchos cambios, pero siempre con una forma discreta y firme de estar.
Con ella se va un tiempo que ya no vuelve, pero también queda su rastro: en quienes la quisieron, en las historias que aún se cuentan, y en ese modo tranquilo, digno, suyo, de ser.
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Daniel Vallés Turmo