La generación que llenó los pueblos
En las décadas de 1920 y 1930 nacieron muchas personas en los pueblos del Alto Aragón. Las casas estaban llenas, las familias eran numerosas y, gracias a la llegada de los antibióticos, la mortalidad infantil —que antes era muy alta— comenzó a disminuir notablemente.
Aquella generación alcanzó la edad adulta en los años posteriores a la Guerra Civil Española. Fue entonces cuando las grandes ciudades, como Barcelona, comenzaron a demandar mano de obra. Poco a poco, los pueblos se fueron vaciando: los hijos emigraban en busca de oportunidades laborales, dejando atrás la tierra y el hogar familiar.
La ruta de los hermanos de mi madre
La historia de los hermanos de mi madre refleja ese proceso de emigración rural que vivieron miles de familias en el Alto Aragón. Ellos fueron siete: Antonio, José María, Amparo, Margarita, Consuelo, Emilio y María Teresa.
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Antonio, el mayor, fue el heredero y se quedó en Labuerda. Hoy sus descendientes regentan una panadería y un hotel-restaurante, ambos con el nombre de Turmo.
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José María se casó en Serraduy, en Casa Peix. Sus descendientes también tienen un hotel-restaurante y una panadería.
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Amparo, mi madre, fue la mayor de las hermanas. Permaneció en la casa familiar hasta que todos sus hermanos se casaron o emigraron. Luego se trasladó a vivir a Barbastro. Sus hijos (mis hermanos y yo) vivimos hoy en Logroño y Barbastro.
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Margarita se fue a trabajar de peluquera a Barcelona. Tuvo tres hijos: dos siguen viviendo en la ciudad condal y el tercero es sacerdote en el Arzobispado de Toledo.
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Consuelo se casó en Binéfar, provincia de Huesca. Tuvo tres hijos. El más pequeño ya ha fallecido, y los otros dos viven en Binéfar.
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Emilio se trasladó primero a Barcelona y luego a Palma de Mallorca. No se casó ni tuvo hijos. Pasó sus últimos años de vida con su hermana Margarita en Barcelona.
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María Teresa vivió en Santa Coloma de Gramenet, donde abrió su propia peluquería. Tras jubilarse, ella y su marido se retiraron a Jaca. Él falleció antes que ella, y María Teresa pasó sus últimos años en una residencia. Su hija vive en Huesca.
De la emigración a la inmigración
Me gustaría que este relato familiar sirviera como testimonio de lo que vivieron tantas familias aragonesas durante el siglo XX. El éxodo rural vació nuestros pueblos, y el trabajo, los servicios y el futuro se fueron concentrando en las ciudades.
Paradójicamente, hoy el Alto Aragón está muy despoblado, pero es tierra de acogida. Son centenares los inmigrantes que llegan cada año, ocupando trabajos que de otra forma quedarían vacantes. Gracias a ellos, muchos pueblos continúan habitados. Gracias a ellos, hay esperanza.
Un futuro que ya no depende de los hijos nacidos aquí, sino de aquellos que eligieron este lugar para vivir y decidieron quedarse.
🌱 Raíces invisibles: ¿por qué el pasado parece no importar a los jóvenes?
A menudo percibo en las nuevas generaciones un cierto desapego hacia el pasado. No es tanto que lo rechacen abiertamente, sino que parece no formar parte de sus prioridades. Y me pregunto si esto se debe, en parte, a la forma en que hoy se percibe la realidad.
Vivimos en una sociedad acelerada, donde lo inmediato impone su lógica. La digitalización ha cambiado la manera en que recibimos y procesamos la información: todo es rápido, fragmentado, y a veces superficial. En ese contexto, detenerse a mirar hacia atrás, a escuchar historias antiguas, a comprender los caminos que nos han traído hasta aquí... parece casi un lujo.
Pero creo que hay algo más profundo. Muchos jóvenes sienten que su vida es difícil, incierta, plagada de desafíos que no acaban de entender. ¿Cómo pedirles que miren al pasado si ni siquiera el presente les ofrece claridad?
Y sin embargo, ahí está la paradoja: cuanto más difícil es el presente, más necesario es el pasado. No para idealizarlo, ni para aferrarnos a él, sino para reconocer que venimos de una historia común, de raíces compartidas. En esas raíces hay dolor, sí, pero también fuerza, resistencia, comunidad y sentido.
Contar el pasado no es una nostalgia vacía. Es un acto de cuidado. Es decir: “esto también es tuyo”. Porque aunque a veces no se vea, hay raíces que siguen vivas bajo tierra. Basta con recordarlas para que puedan volver a dar fruto.
🕯️ Cien años después: ¿Cómo sentirían los hermanos la muerte de Teresa?
Han pasado cien años desde el nacimiento de Teresa, la hermana menor. Entre su generación y la nuestra hay ya tres eslabones: sus hijos, sus nietos y sus bisnietos. Tres generaciones de cambio, de avances, de rupturas, pero también de silencios.
Hoy, al recordar su historia, me pregunto: ¿cómo vivieron sus hermanos la muerte de la pequeña Teresa? ¿Qué lugar ocupó su ausencia en una época marcada por la emigración, la lucha por sobrevivir y el peso de lo no dicho?
Es difícil imaginarlo. No solo por el tiempo transcurrido, sino porque en estas tres generaciones han cambiado profundamente las creencias, los valores, las formas de ver la vida y la muerte. Lo que entonces era cotidiano —el duelo, el silencio, la fe— hoy ha sido reemplazado por otras formas de comprender el mundo, más racionales, más digitales, a veces más solitarias.
Este pensamiento me lleva inevitablemente a la brecha generacional que estamos viviendo en nuestros días. En un tiempo dominado por la digitalización y la inteligencia artificial, cada vez resulta más difícil comprender cómo sentían los que vinieron antes. Nos alejamos no solo de sus palabras, sino también de su forma de mirar la vida.
Y sin embargo, al volver sobre su memoria, me doy cuenta de algo esencial: aunque cambien los lenguajes y los paradigmas, el amor y el dolor, la familia y el recuerdo, siguen teniendo una raíz común. Y esa raíz es la que nos une, incluso a través de un siglo.
📜 Mensaje a las nuevas generaciones
Nuestro abuelo Antonio Turmo Turno nació en 1890, y su mujer María en el año 1900. Se casaron en 1918, al término de una guerra mundial que apenas entendían desde su mundo rural. A partir de 1921, comenzaron a llegar sus siete hijos. Hoy, más de cien años después, tres generaciones nos separan de aquel matrimonio que echó raíces en Labuerda, un rincón del Alto Aragón.
Para las nuevas generaciones, resulta difícil imaginar el mundo en el que vivieron Antonio y María. No había luz eléctrica, ni agua corriente, ni transporte más allá de una mula o unos buenos zapatos. La vida era dura, marcada por el esfuerzo, el hambre muchas veces, el trabajo constante y un fuerte sentido de comunidad.
Ese tiempo está ya muy lejos del que viven hoy nuestros hijos y nietos. Las palabras que lo describen se parecen poco al mundo digital, urbano y veloz en el que han crecido. Por eso no es fácil hacer una transposición justa, porque no se trata solo de comparar cosas: se trata de entender modos de vida, valores y silencios.
Sin embargo, en esa distancia también hay un mensaje. Hay algo que permanece: el arraigo, la familia, la dignidad del trabajo, el valor de los pequeños gestos. Aunque haya cambiado el escenario, la memoria de Antonio y María puede seguir hablando, si sabemos escucharla. Porque no se trata de nostalgia, sino de herencia. Y esa herencia no está hecha solo de tierras o apellidos, sino de ejemplos y caminos abiertos.
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Boda de Antonio y María en 1918 |
📉 La despoblación rural en Aragón durante el siglo XX: un éxodo silencioso
Durante el siglo XX, Aragón vivió uno de los procesos de despoblación rural más intensos de España. En 1900, la comunidad tenía algo más de 900.000 habitantes, con una fuerte presencia en el medio rural. Sin embargo, a partir de los años 1950, comenzó un éxodo masivo hacia las ciudades, motivado por la mecanización del campo, la falta de servicios básicos y el auge industrial en zonas urbanas como Zaragoza, Barcelona o Madrid.
Entre 1950 y 1980, más de 300 municipios aragoneses perdieron la mitad o más de su población, especialmente en provincias como Huesca y Teruel, donde se vaciaron valles enteros. Comarcas como Sobrarbe, Ribagorza y Alto Gállego fueron algunas de las más afectadas. Muchos pueblos quedaron reducidos a unas pocas familias o desaparecieron completamente del mapa.
Este fenómeno no fue sólo económico, sino también cultural: se rompieron redes familiares, se abandonaron formas de vida tradicionales y se debilitó la transmisión oral de la memoria rural. Hoy, el patrimonio humano y territorial del Aragón despoblado sigue siendo objeto de investigación y recuperación.
🧭 Reflexión
Hoy, que nos ha tocado vivir en tiempos acelerados, me gustaría que estas palabras sirvieran para recordar el pasado, un pasado necesario para entender este presente y proyectarnos hacia el futuro.
Nos encontramos en una época en la que la información nos desborda y donde la inteligencia artificial, cada vez más presente en nuestras vidas, corre el riesgo de desplazar nuestra capacidad de detenernos a pensar.
Por eso son importantes entradas como esta en un blog: para poner rostro y mirada al pasado, al presente y al futuro. Hoy más que nunca es necesaria la reflexión.
Siempre he creído que lo más importante del ser humano es su libertad. Sin embargo, vivimos un momento histórico en el que la desinformación —y también la información dirigida con fines explícitos— dificultan más que nunca que podamos ejercer un pensamiento libre. Aunque suene paradójico, hoy es más difícil ser líderes de nuestras propias decisiones.
✍️ Despedida
Ojalá que esta historia familiar sirva para mirar con más calma lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde queremos ir. Porque el futuro también se escribe con memoria.
Contenido desarrollado por el autor con el apoyo de herramientas de redacción asistida.
Daniel Vallés Turmo