Siempre se dice que el principio cuesta, que empezar es lo más duro. Pero con el tiempo he aprendido que no: los últimos metros son los más difíciles.
1. Cuando parece que ya lo has superado todo...
Llevo siete años atravesando una etapa compleja, personal y profesionalmente. Y ahora, que solo queda una semana para saber a qué puesto me van a asignar, descubro algo inesperado: es justo ahora cuando todo me pesa más.
Esos últimos metros antes de cruzar la línea de llegada son los que más dudas generan, los que más ansiedad arrastran. No porque falte fuerza, sino porque todo lo vivido antes pasa por dentro como una avalancha: ¿valió la pena?, ¿llegaré?, ¿qué me espera?
Y hay que seguir. A paso lento, quizás. Pero seguir.
2. Cuando hablar es remar contracorriente
Durante semanas he estado informando a mis vecinos sobre los riesgos y consecuencias de las plantas de biometano en la zona. Cada conversación, cada publicación, ha sido como subir una cuesta empinada. Y cuanto más me acerco a que se tome una decisión o a que se escuche algo diferente, más cuesta subir.
3. Cuando acompañar duele más que callar
También estoy acompañando a una persona amiga en duelo. Y si al principio todo parecía natural —escuchar, estar, sostener sin hablar demasiado—, con el paso de los días se hace más difícil. Porque las palabras se agotan. Porque duele verla seguir viviendo entre ausencias. Y porque uno mismo, a veces, ya no sabe qué más ofrecer.
Pero justo ahí, cuando parece que uno no puede más, es cuando más necesario es quedarse. Estar, aunque solo sea con la presencia. Callar, aunque uno también esté cansado. Porque en esos últimos metros, lo que salva no es la fuerza, sino la compañía.
4. ¿Por qué son tan difíciles los últimos metros?
5. Conclusión: resistir esos últimos metros
Así que si estás ahí, en ese momento en el que ya has hecho casi todo y te queda solo ese tramo final, recuerda: no estás solo.
Y todo empieza a tener sentido.
Daniel Vallés Turmo