Caminos de la inteligencia
De la curiosidad humana a la inteligencia artificial: una historia compartida
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El camino continúa: la tecnología solo tiene sentido si nos hace más humanos. |
A veces pienso que he tenido la suerte de recorrer la historia reciente de la tecnología desde dentro: del disquete a la inteligencia artificial. En ese viaje, lo decisivo no ha sido la máquina, sino el sentido humano con que elegimos usarla. Este es mi camino personal: cómo la tecnología puede ampliar —y no sustituir— la inteligencia humana.
Los inicios: cuando la informática era paciencia
En 1984 conocí la informática con los primeros Macintosh de disquete y, antes, con el Sinclair ZX Spectrum programando en BASIC, línea a línea. En la universidad trabajábamos con un VAX: lo que programábamos un día se imprimía al siguiente. Aquella lentitud educaba el pensamiento, la precisión y la paciencia. Más que aprender a usar máquinas, aprendíamos a pensar con ellas.
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PowerBook 150 (1993). El ordenador que convirtió la informática en algo personal. |
Del código a la palabra: la escritura como laboratorio
Con esos ordenadores maqueté mis primeras novelas y poemarios, cuando aún no se hablaba de autoedición. En los años noventa publiqué catorce guías impresas en Italia para vender a precio accesible: usar la tecnología no para acumular poder, sino para democratizar conocimiento. Esa fue mi primera intuición de lo que hoy llamamos “cultura digital”: compartir sin intermediarios.
Barcelona 1992: el despertar global
En las Olimpiadas de Barcelona trabajé como voluntario en Mars y, en paralelo, estudié en ESADE con profesores que habían diseñado los Juegos. Vi cómo organización, tecnología y comunicación podían crear algo global, armónico y profundamente humano. Aquella experiencia me marcó: la tecnología servía, sobre todo, para coordinar esfuerzos y dar forma a lo colectivo. Poco después empecé a aplicarlo en el mundo de la empresa.
Del aula a la empresa: nacen los interfaces
En 1993, aún sin Internet comercial, diseñé una hoja de cálculo que convertía datos en gráficos comprensibles: un primer dashboard para directivos. Era la intuición de que los números necesitan un lenguaje visual para convertirse en conocimiento. En 1996 escribí sobre Barrabés Internet, pionera del comercio electrónico: la foto de la web me llegó por autobús en un disquete. Toda una era de transición entre lo analógico y lo digital, en la que cada innovación abría más preguntas que respuestas.
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Dell Axim (2003). La informática se hizo portátil, táctil y cercana. |
La revolución móvil: del asombro a la sencillez
Mi primer móvil fue un Motorola enorme con dos horas de batería; después vinieron los asistentes personales, el iPod, el iPhone y el Galaxy con lápiz. Me interesan los interfaces que se acercan al cuerpo, que hacen visible la inteligencia invisible. Hoy uso un teléfono sencillo: más que la novedad, busco equilibrio y propósito. Porque la verdadera innovación, al final, es poder desconectar.
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Motorola MicroTAC II (1993). El teléfono que anunciaba el comienzo de la movilidad. |
Compartir frente al poder de la información
Muchos entendieron la tecnología como ventaja para quien atesora datos. Yo siempre preferí compartir. En la década de 2010 desarrollé un ERP con herramientas de Google que llegó a estar entre las presentaciones más descargadas en castellano. Viví el Internet 2.0 de foros, blogs y Wikipedia: una época en la que el conocimiento se tejía entre iguales. Ahora, con la inteligencia artificial, el conocimiento es una conversación viva. Wikipedia será la memoria estructurada; la IA, la memoria que se actualiza en cada diálogo.
Epílogo: el sentido del camino
He pasado del BASIC a conversar con la inteligencia artificial y sigo creyendo lo mismo: la tecnología solo tiene sentido si humaniza. La IA no piensa por nosotros; amplifica la manera en que pensamos juntos. Nos obliga a repensar qué significa aprender, crear, incluso recordar.
Utilizo distintas inteligencias artificiales en mi trabajo y me doy cuenta de que me hacen más productivo, más reflexivo y más creativo. Pero también comprendo que no sirven igual para todos: sin unas competencias previas, sin curiosidad y sin método, la IA no ofrece todo su potencial. En el fondo, amplifica lo que ya somos.
A la vez, observo el debate público: unos temen que se pierda la parte humana, otros que desaparezcan profesiones, y hay quien advierte del gasto energético o de la insostenibilidad de los modelos actuales. Todo eso es cierto en parte, pero también lo fue con cada avance: la imprenta, el tren, el teléfono o Internet. La sociedad siempre necesita un tiempo para entender lo nuevo.
El reto, como siempre, no es la herramienta, sino el uso que hacemos de ella.
El futuro no pertenece a quien acumula datos, sino a quien los usa para comprender y compartir. Quizás ese sea, al fin, el verdadero camino de la inteligencia: aprender a ser más humanos con la ayuda de las máquinas.
Las imágenes pertenecen a la colección personal del autor, testimonio de tres décadas de evolución tecnológica.
Se pueden leer más entradas de reflexión en Reflexiones en el Camino.
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Octubre de 2025
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