Cuando estudiaba en ESADE en 1992, uno de los casos que más se citaban como ejemplo de reconversión urbana exitosa era Bilbao. En ese momento, la ciudad vasca vivía una transformación sin precedentes: pasaba de ser un centro industrial decadente, con sus rías contaminadas por décadas de actividad siderúrgica, a convertirse en un referente internacional de regeneración urbana y cultural.
El emblema de esa metamorfosis fue, sin duda, el Museo Guggenheim, inaugurado en 1997. Pero más allá del icono arquitectónico, lo que había detrás era un esfuerzo conjunto y planificado que incluyó la limpieza del entorno natural, la modernización del transporte público, la mejora del urbanismo y una apuesta por la cultura como motor de cambio.
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Museo Guggenheim |
Este proceso no fue espontáneo. Se construyó a base de cientos de millones de euros en fondos europeos, decisiones políticas valientes y colaboración entre instituciones públicas y privadas. Fue lo que podríamos llamar un desarrollo inorgánico: dirigido desde arriba, financiado con dinero público, y con un fuerte componente simbólico.
El espejismo de la réplica
Desde entonces, muchas ciudades han querido emular a Bilbao. Pero el camino no siempre es tan directo. Algunos intentos se han convertido en espejismos urbanos: grandes inversiones, planes estratégicos ambiciosos y discursos sobre "ciudades del futuro" que nunca terminan de cuajar.
Un ejemplo cercano es el de Huesca. En los últimos años, esta capital provincial ha recibido cientos de millones de euros en inversiones públicas para crear espacios como el parque tecnológico Walqa o la plataforma logística PLHUS. Sobre el papel, eran proyectos prometedores: atraer empresas innovadoras, crear empleo cualificado, posicionar la ciudad como un polo de conocimiento y distribución.
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Parque Tecnológico Walqa |
La realidad, sin embargo, ha sido mucho menos brillante. Los polígonos están semivacíos y con empresas sobre subvencionadas, la actividad económica generada es limitada, y el retorno de la inversión es claramente insuficiente. La riqueza no ha llegado ni en forma de impuestos, ni de empleos estables, ni de desarrollo territorial equilibrado. Finalmente, el suelo ha quedado en manos de una multinacional que no necesitaba de ayudas para implantarse y apenas generará empleos.
Es un caso clásico de desarrollo inorgánico fallido: inversiones diseñadas desde los despachos, sin una demanda clara, sin tejido empresarial que las respalde, sin oportunidad real que justifique el gasto. El problema no es que se haya invertido en Huesca, es que esa inversión no se ha derivado para otras poblaciones de la provincia de Huesca que lo necesitaban.
Binéfar: el villano inesperado
Mientras tanto, a escasos kilómetros, una pequeña localidad de apenas 10.000 habitantes ha vivido una historia muy distinta. En los últimos diez años, Binéfar ha experimentado un crecimiento empresarial notable, especialmente en el sector agroalimentario y logístico. Grandes compañías han decidido instalarse allí sin apenas ayudas públicas, impulsadas por factores como la ubicación estratégica, la disponibilidad de mano de obra, la actitud proactiva de los empresarios locales y la ausencia de trabas administrativas.
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Litera Meat en Binefar |
Este crecimiento no ha venido acompañado de grandes campañas de marketing institucional ni de proyectos emblemáticos. Y sin embargo, la facturación de las empresas ubicadas en Binéfar y su entorno supera con creces —multiplica por diez— la del conjunto del complejo industrial y logístico de Huesca capital.
No ha hecho falta un Guggenheim, ni una ciudad del conocimiento. Lo que ha habido es algo más sencillo pero más potente: oportunidad, confianza y capital dispuesto a invertir donde hay rentabilidad real.
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Huesca versus Binefar |
Hidalgos y villanos: una metáfora que explica mucho
Es aquí donde cobra sentido una vieja metáfora española: la de los hidalgos frente a los villanos.
El hidalgo, históricamente, era el hijo de alguien: un noble sin muchos recursos, pero con derechos heredados. Vivía de su estatus, no de su trabajo. Esperaba que otros —el rey, el Estado, la providencia— resolvieran sus problemas. En la España de los siglos pasados, el hidalgo no trabajaba: consideraba que eso rebajaba su dignidad.
El villano, en cambio, era el habitante de la villa. Trabajador, comerciante, agricultor, artesano. No tenía linaje, pero tenía iniciativa. No esperaba privilegios, sino que luchaba por oportunidades. Su fuerza no venía de un título, sino de su capacidad para adaptarse, producir, comerciar, crear.
Llevando esta imagen al presente, podríamos decir que muchas ciudades siguen comportándose como hidalgos urbanos: esperan inversiones del Estado o de Europa, construyen infraestructuras sin demanda, diseñan planes estratégicos vacíos, y luego se lamentan cuando no llegan los resultados. Su lógica es la del privilegio: “nos lo merecemos”, “nos toca”, “que nos den”.
Otras, en cambio, actúan como villanos: detectan oportunidades, facilitan el aterrizaje de empresas, apuestan por sectores con potencial real, y hacen que el desarrollo surja desde abajo, desde la actividad económica, no desde la subvención.
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Hidalgos versus Villanos |
¿Qué tipo de desarrollo queremos?
Esta reflexión no es una crítica al uso del dinero público. Las inversiones estratégicas son necesarias, y la intervención del Estado puede ser clave para corregir desequilibrios. Bilbao, de hecho, no se habría transformado sin esa ayuda inicial.
Pero la cuestión es cómo y para qué se invierte. Si se hace desde una lógica de estatus y privilegio, con proyectos que buscan más el aplauso institucional que el impacto económico real, lo más probable es que acaben como muchas iniciativas en Huesca: costosas, ineficientes y estériles.
Si, en cambio, se invierte para acompañar procesos reales, facilitar que el capital privado actúe, eliminar trabas y poner el foco en la competitividad, entonces el desarrollo puede surgir incluso en los lugares más inesperados, como Binéfar.
Porque el capital no se mueve por discursos, ni por méritos morales, ni por historia. Se mueve por oportunidades. Y donde hay condiciones, llega.
Conclusión: menos hidalgos, más villanos
El futuro no está en las grandes infraestructuras vacías, ni en los planes estratégicos llenos de palabras huecas. Está en el terreno, en los polígonos donde suena el metal, en los campos donde se genera valor, en los lugares donde las cosas pasan porque alguien se ha arremangado y ha decidido hacerlas pasar.
Anexo: Tabla comparativa
Desarrollo de Hidalgos | Desarrollo de Villanos |
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Espera inversión pública | Atrae inversión privada |
Grandes planes vacíos | Iniciativas con resultados |
Infraestructuras sin uso | Actividad económica real |
Narrativa de derechos | Narrativa de oportunidad |
Subsidio como motor | Mercado como motor |
Daniel Vallés Turmo
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