domingo, 12 de octubre de 2025

Camino de la incertidumbre: entre el miedo y la esperanza

Camino de la incertidumbre: entre el miedo y la esperanza
Reflexiones sobre una sociedad que busca sentido en medio del cambio. Pexels

“Camino entre la niebla que simboliza la incertidumbre y el futuro desconocido.”
Camino entre la niebla: avanzar sin certezas también es una forma de esperanza. Pexels

Ayer, tomando un café con dos amigos de la infancia, surgió una conversación de esas que retratan el tiempo en que vivimos. Los tres compartimos formación y experiencia, pero también una mirada distinta sobre el futuro. Uno de ellos comentaba que las nuevas generaciones valoran más el descanso, el tiempo personal y el ambiente laboral que la estabilidad económica. “Ya no quieren vivir para trabajar”, dijo.

Esa frase abrió una reflexión más profunda: el choque generacional que recorre España. Las personas nacidas a partir de los años cincuenta, con vivienda y ahorros, miran con desconcierto a una juventud que no ahorra, que prefiere viajar y disfrutar antes que pensar en una hipoteca o una pensión. En los medios se alimenta la idea de que los jubilados viven mejor que los jóvenes, y ese mensaje está calando. Muchos jóvenes, incluso procedentes de familias progresistas, empiezan a mirar con simpatía opciones políticas extremas.

Entre generaciones y deudas

La realidad, como casi siempre, es más compleja que el discurso. España y Europa viven en una deuda creciente que compromete el futuro de las pensiones y de los servicios públicos. En los últimos años, buena parte de los fondos para cubrirlos proceden directamente del Estado. No es solo un problema español: ocurre también en Francia, Italia, Estados Unidos o Japón. Vivimos en un equilibrio frágil, donde el miedo a que “el sistema no aguante” se extiende silenciosamente.

Les comenté que, desde mi experiencia, veía cómo estas decisiones acabarán llegando desde Europa. Ningún gobierno nacional puede asumir solo la reforma. Antes o después, se fijarán límites de gasto en pensiones o subsidios ligados al PIB. Esa será la forma de “poner el cascabel al gato”.

Europa y el papel del miedo

La charla derivó hacia el papel de Europa en el mundo, cada vez más reducido frente al empuje de China y al repliegue de Estados Unidos. La falta de población nos obliga a recibir inmigración para sostener el empleo y las cotizaciones, pero al mismo tiempo eso alimenta discursos de miedo: el temor a perder la identidad, la cultura o el bienestar. Los partidos de extrema derecha saben traducir ese miedo en votos, mientras los moderados parecen incapaces de ofrecer esperanza.

Una conversación que deja huella

Al despedirnos, mis amigos me dijeron que quizá yo era más optimista porque no tengo hijos. “Nosotros pensamos en lo que les espera a los nuestros”, me dijeron. Esa frase me acompañó al volver a casa. Si incluso personas formadas e informadas sienten ese temor, ¿Cómo no lo van a sentir quienes apenas llegan a fin de mes o no entienden los cambios del mundo digital y económico?

La pérdida de un horizonte común

Vivimos una crisis de cosmovisión. El individualismo y el consumismo se han convertido en los nuevos valores dominantes. Hemos olvidado que tras la Segunda Guerra Mundial Europa se reconstruyó sobre ideas colectivas: derechos humanos, justicia social, solidaridad. Hoy esas bases se tambalean, y en su lugar aparecen discursos de miedo y desconfianza.

Cuando una sociedad pierde su horizonte común, se encierra en la incertidumbre. Lo que antes era pensamiento compartido hoy se diluye en pantallas y algoritmos.

El ruido y la desinformación

Las redes sociales, con su velocidad y su lógica de repetición, refuerzan las ideas previas y debilitan el pensamiento crítico. Cada persona recibe solo aquello que confirma lo que ya piensa, y así desaparece la capacidad de comprender al otro. Los medios, por su parte, están cada vez más alineados con intereses ideológicos, y las “verdades” se fragmentan en relatos parciales.

En este clima, los partidos políticos no buscan soluciones de largo plazo, sino titulares que ganen elecciones. La consecuencia es la desafección: muchos ciudadanos dejan de creer en la política, y en ese vacío crecen los populismos que prometen respuestas simples a problemas complejos.

Caminar en la incertidumbre

Todo esto dibuja un panorama inquietante, sí, pero no necesariamente desesperanzador. La incertidumbre no es solo un peligro: también puede ser un espacio para pensar de nuevo, para preguntarnos qué valores queremos conservar y qué caminos nuevos podemos abrir.

Quizá este tiempo nos obligue a recuperar algo que habíamos olvidado: la responsabilidad compartida. No hay algoritmo que sustituya el diálogo, ni pantalla que reemplace el pensamiento humano. Caminar en la incertidumbre, con serenidad y sentido, puede ser el primer paso para reencontrar la esperanza.


Contenido desarrollado por el autor con el apoyo de herramientas de redacción asistida.

Esta entrada forma parte de otros artículos que se pueden consultar en Reflexiones en el Camino

Daniel Vallés Turmo

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