La provincia de Huesca ha pasado de unos 244.800 habitantes en 1900 a alrededor de 224.000 en 2021. Más de un siglo de pérdida silenciosa que atraviesa generaciones. No se trata solo de baja natalidad o de la emigración hacia las ciudades: es también el resultado de un modelo económico que ha utilizado el territorio como proveedor de recursos, no como un lugar donde vivir y prosperar.
A lo largo de décadas, las decisiones que han marcado el futuro del Alto Aragón se han tomado lejos de él. Y casi siempre con un patrón que se repite: el beneficio sale, la gente se va.
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| Desahucio de la provincia de Huesca |
1. El siglo del agua: progreso para unos, abandono para otros
Las grandes obras hidráulicas del siglo XX —embalses, canales, trasvases internos— se presentaron como motores de modernización. Pero para miles de familias significaron el traslado forzoso, la pérdida de sus tierras y la ruptura de comunidades enteras.
El territorio aportó agua, pero no recibió la industria ni el empleo estable que podrían haber compensado esa pérdida. Esas infraestructuras modernizaron regiones lejanas mientras, en los valles que se quedaban sin pueblos, comenzaba una despoblación estructural que todavía arrastramos.
2. El regadío moderno: tecnología sin personas
La ampliación de los regadíos podría haber sido una oportunidad para fijar población. Sin embargo, los nuevos sistemas impulsaron un modelo intensivo que concentró la tierra y redujo la mano de obra necesaria.
La industria del porcino simboliza esta paradoja: produce más que nunca, pero con muy poca mano de obra y un alto impacto ambiental. Más alimento, menos agricultores.
3. Renovables, centros de datos y plantas de purines: el nuevo extractivismo
El discurso del progreso llega hoy de la mano de parques eólicos, plantas fotovoltaicas, centros de datos y, cada vez más, plantas de gas para el tratamiento de purines. Aunque su tecnología sea distinta, repiten el mismo patrón: explotan recursos locales sin generar empleo ni población.
Son proyectos que transforman el paisaje y capturan valor, pero ese valor no se queda en el territorio. La riqueza se produce aquí, pero se contabiliza fuera.
Plantas de gas de purines: cerrar el círculo… pero no para el territorio
Las plantas de biogás y biometano asociadas al porcino prometen gestionar purines de forma más sostenible. En la práctica:
- requieren muy poco empleo directo;
- dependen del modelo intensivo de macrogranjas;
- consolidan una economía sin retorno local;
- producen energía que no siempre beneficia al territorio.
Se monetiza incluso el residuo, pero el territorio sigue sin beneficiarse.
Una industria con accesibilidad privilegiada al poder político
Tanto las energéticas como las empresas del biogás operan con una capacidad de influencia que los municipios rurales no tienen. Sus lobbys acceden con facilidad a los responsables públicos; las puertas giratorias consolidan esa cercanía.
El territorio no tiene lobby. Las empresas sí.
Con escasos medios legales y técnicos, el medio rural negocia siempre desde la desigualdad. Las compañías, en cambio, encuentran marcos favorables que aceleran su implantación y amplían sus beneficios, aunque estos no se traduzcan en servicios, empleo o población.
4. La paradoja del Alto Aragón: producir sin recibir
Huesca aporta agua, energía, alimentos y paisaje. Sostiene al país. Pero el país no sostiene a Huesca.
La despoblación se refleja en:
- pueblos cada vez más envejecidos,
- servicios públicos menguantes,
- una economía dependiente cuyo centro de decisión está fuera.
Se invierte para aprovechar el territorio, no para poblarlo.
5. Conclusión: cuando la política desahucia un territorio
Durante más de un siglo, la provincia de Huesca no ha sido víctima de la casualidad demográfica, sino de decisiones políticas que priorizaron los recursos del territorio por encima de la vida en él. La despoblación no es una fatalidad: es la consecuencia acumulada de modelos que generaron riqueza lejos de donde se extraía.
Por eso puede afirmarse que la provincia ha sido desahuciada políticamente: no mediante decretos, sino mediante estructuras económicas que hacían imposible quedarse. Un territorio se vacía cuando sus habitantes dejan de tener razones para permanecer, y esas razones dependen, casi siempre, de la política.
La cuestión ahora no es solo qué hemos perdido, sino qué política necesitamos para dejar de desahuciar a la provincia. Una política que entienda el territorio como un proyecto de vida, no como un almacén de agua, energía, purines o suelo barato. Una política que garantice servicios, industria propia, oportunidades reales y un horizonte compartido.
Porque si la política contribuyó a desahuciar la provincia, solo la política puede devolverle un futuro. El territorio no pide privilegios: pide justicia, equilibrio y la posibilidad de existir con dignidad.
Contenido desarrollado por el autor con el apoyo de herramientas de redacción asistida.
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Daniel Vallés Turmo
Diciembre de 2025
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