domingo, 16 de noviembre de 2025

Camino de la Justicia: entre la venda y la sospecha

Camino de la Justicia: entre la venda y la sospecha
Reflexiones sobre un sistema imprescindible, pero imperfecto.

Estatua de la Justicia con la venda desplazada y la balanza inclinada, simbolizando la pérdida de imparcialidad y el desequilibrio del sistema judicial
La Justicia que mira y duda

La imagen clásica de la justicia —una mujer vendada, con una balanza en una mano y una espada en la otra— resume, en apenas tres símbolos, nuestras mayores aspiraciones y nuestras mayores frustraciones. La balanza promete equilibrio; la espada, autoridad; la venda, imparcialidad. Sin embargo, quienes alguna vez han pisado un juzgado saben que nada es tan lineal, y que entre el ideal y la realidad discurre un largo camino: el Camino de la Justicia.

El pleito como derrota compartida

El refrán “pleitos tengas y los ganes” encierra una verdad incómoda: incluso cuando una sentencia es favorable, el proceso puede haber desgastado más que la propia disputa. Litigar consume años, energía, dinero y serenidad. A veces se gana en primera instancia y se pierde en la segunda, o en el Supremo. A veces se gana… pero ya no queda nada que celebrar.

Por eso, quienes conocen los juzgados recomiendan llegar a un acuerdo incluso desfavorable antes que embarcarse en un pleito incierto. La victoria judicial, muchas veces, se parece más a una tregua que a un triunfo.

El viaje por las instancias: cifras que cuentan una historia

En España, el Consejo General del Poder Judicial publica estadísticas que ayudan a comprender este viaje procesal. Los datos muestran un patrón claro:

  • Entre el 60% y el 70% de las sentencias de primera instancia se confirman totalmente en apelación.
  • En 2022, el 70,9% de los recursos se resolvieron confirmando íntegramente la resolución inicial.
  • En el Tribunal Supremo, la proporción es aún mayor: alrededor del 90% de los recursos se desestiman. Solo un 10% consigue modificar la sentencia recurrida.

El mensaje es evidente: las instancias superiores rara vez alteran lo que ya ha decidido el primer juez. Por tanto, quien pierde en primera instancia parte de una clara desventaja.

Este patrón es similar al de otros países de Europa: las apelaciones son más una corrección puntual que un “nuevo juicio”.

Cuando el Estado es la otra parte

En los litigios contra la Administración, la situación puede resultar aún más desigual. Los jueces suelen otorgar a los inspectores y funcionarios una presunción de veracidad que, en la práctica, convierte sus informes en la base principal del proceso. Esto deja al ciudadano en clara desventaja: no parte de cero, sino desde un terreno inclinado.

A ello se suma algo que sorprende a quien lo vive por primera vez: algunos inspectores, conscientes de esa posición favorable, introducen en sus escritos valoraciones subjetivas que no siempre se corresponden con la realidad. Son apreciaciones personales, juicios de intención o conclusiones anticipadas que no forman parte de los hechos verificables.

En ocasiones, incluso es el propio juez quien debe advertir que ese tipo de afirmaciones deben retirarse del expediente por carecer de objetividad. Ahí es donde el ciudadano comprende con claridad lo que antes sospechaba: que en esos informes aparecen, a veces, proyecciones prospectivas, interpretaciones o insinuaciones que nada tienen que ver con la neutralidad que se presupone a la Administración.

Cuando esto ocurre, la sensación es doblemente amarga: no solo se debe litigar contra un organismo poderoso, sino también corregir los excesos subjetivos de quienes deberían limitarse a describir hechos con rigor.

¿Justicia ciega… o con ojos ideológicos?

En los medios se habla de jueces progresistas y conservadores, de tendencias en las sentencias, de asociaciones profesionales con posiciones políticas muy marcadas. Para el ciudadano común, esta exposición constante erosiona el símbolo de la venda: si la justicia tiene ideología, ¿puede ser realmente imparcial?

El sistema defiende la independencia judicial con un argumento sólido pero insuficiente: no existen datos públicos sobre el resultado de las sentencias por juez. No se publican por protección de datos y para evitar presiones o “rankings” que distorsionen la función judicial. Esto ocurre en la mayoría de Europa.

Pero la falta de transparencia, aunque justificada, alimenta la sospecha.

El espejo estadounidense

En Estados Unidos, en cambio, algunas jurisdicciones sí publican datos individualizados. El ejemplo más paradigmático es el Reporte de Asilos Judiciales del Departamento de Justicia (EOIR). Allí se puede consultar cuántos casos ha resuelto cada juez de inmigración, cuántos ha aprobado, cuántos ha denegado y cuántos clasifica como “otros”.

Esto genera debate: ¿la transparencia extrema mejora la confianza o la erosiona? ¿Ayuda a detectar sesgos o presiona a los jueces para que “mejoren sus números”?

Europa, prudente, opta por proteger la independencia. Estados Unidos, pragmático, elige exponerla al escrutinio.

Ningún camino está libre de riesgos.

La justicia como percepción

Más allá de los datos, la justicia es también una experiencia emocional. No se mide solo en sentencias, sino en tiempos, en trato, en lenguaje, en claridad, en cercanía. Un proceso puede ser impecable jurídicamente y aun así percibirse como injusto si resulta inhumano, lento o incomprensible.

Cuando la venda simbólica se interpreta como distancia o frialdad,
cuando la balanza parece inclinada por defecto,
cuando la espada cae con burocrática rutina,
la justicia se siente menos justicia.

El ciudadano ante el laberinto

Quien inicia un proceso judicial emprende un camino incierto, a menudo solitario. Viaja entre leyes que no entiende, plazos que no controla, recursos que no sabe si merece la pena presentar, costas que pueden arruinarle la vida y resoluciones que llegan meses o años después de lo que esperaba.

La justicia es necesaria —sin ella no habría convivencia posible—, pero no siempre es amable.

Por eso, hablar de justicia no es hablar solo de tribunales: es hablar de confianza, de credibilidad, de la sensación de que el sistema escucha y trata con equidad.

Una justicia que vuelva a ser camino y no obstáculo

La justicia debería ser un camino claro, no un laberinto. Un espacio de reparación, no de desgaste. Un lugar donde la espada proteja y no intimide, donde la balanza pese hechos y no prejuicios, donde la venda no sea símbolo de insensibilidad, sino de igualdad.

Quizás, entonces, el Camino de la Justicia no consista solo en mejorar leyes o agilizar procedimientos, sino en algo más profundo: reconstruir la confianza.

Que la justicia, como camino, no sea solo un trámite, sino una esperanza.


Contenido desarrollado por el autor con el apoyo de herramientas de redacción asistida.

Esta entrada forma parte de otros artículos que se pueden consultar en Reflexiones en el Camino

Daniel Vallés Turmo

Octubre de 2025

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